historia de los bosques

Las especies arboreas y la flora en general que caracterizan los montes de nuestra provincia están fuertemente condicionadas por un lado por la evolución climática que ha sufrido nuestro territorio que desde la última glaciación, que sucedió hace más de 18.000 años y supuso la extinción de muchas especies vegetales y animales que no pudieron refugiarse en los ambientes más cálidos africanos al no poder atravesar el estrecho de Gibraltar, ha mantenido una flora relativamente estable en su composición pero con diferencias en su distribución y abundancia. A ello hay que unir, especialmente en los últimos 10 siglos, la importante influencia que los pobladores humanos de este territorio han inferido a la distribución de nuestros bosques.

Los cambios climáticos acaecidos durante la relativa reciente historia geológica de nuestra provincia han supuestos importante transformaciones de la distribución de los bosques y junto a la situación climática actual explican la relativa riqueza y variedad de bosques que encontramos en la misma. Relativizamos la riqueza pues las últimas glaciaciones y la separación de Europa con África por un mar supuso con las glaciaciones la pérdida de una rica variedad de especies más termófilas que habitan la península antes de las últimas glaciaciones y que desaparecieron al no poder refugiarse a menores latitudes, cosa que por ejemplo en el continente americano no sucedió al existir una continuidad entre los ambientes templados y los tropicales y explica la mayor diversidad de especies de los ambientes templados de Norteamérica.

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A continuación se presenta una pequeña síntesis explicativa de la historia de nuestros bosques en los distintos periodos climáticos que se diferencian desde la última importante glaciación, momento en que la composición arbórea de nuestros bosques se aproxima mucho a la que existe actualmente.

  • Periodo tardiglaciar (del 16.000 ac hasta 8.000 ac) (ac antes de Cristo)
    En esa intervalo de tiempo en general toda la provincia tenía un clima próximo al que tienen los países nórdicos actualmente con un nivel altitudinal de las nieves perpetuas situado sobre los 1.400 y los 1.600 metros, en cotas superiores era dominio de la tundra. La vegetación arbórea dominante en los altiplanos, mesetas y grandes valles era muy parecida a la correspondiente a la taiga eurosiberiana con presencia de abedules, pino silvestre, abeto, pino negro, tejos, etc. En los enclaves más protegidos y soleados y situados a cotas moderadas en la mitad sur de la provincia se refugiaron las especies de ambientes más cálidos como la encina o los robles marcescentes. La presencia de caducifolias es minoritaria.
  • Periodo Preboreal (del 8.000 ac hasta 7.000 ac)
    Durante este periodo el clima se torno más cálido y la vegetación de caducifolios, integrada por los fresnos, los avellanos, los tilos, etc, ascendieron desde sus refugios sureños para colonizar los valles y altiplanos mientras las especies más propias de la taiga ascendieron altitudinalmente por la montaña en un clima que se podría considerar próximo al actual de Centroeuropa. Las especies más termófilas siguieron refugiadas al sur con una menor expansión.
  • Periodo Boreal (7.000 ac hasta 5.500 ac)
    Se trata de un periodo de calentamiento progresivo y de mayor sequía que el anterior lo que produce una nueva ascensión de las especies propias de taiga por la montaña, hasta alcanzar niveles próximos a los actuales, y una cierta sustitución de los bosques de caducifolias por los subesclerófilos representados por el roble marcescente en los altiplanos y valles. La vegetación más mediterránea y esclerófila, con la encina como exponente, ascendió hasta cotas próximas a los 800 metros de altitud. Al final de este periodo se certifica que el clima mediterráneo llego incluso al sur de Inglaterra.
  • Periodo Atlántico (5.500 ac hasta 2.500 ac)
    El clima se hace óptimo en este periodo pues gana en precipitación y se mantiene relativamente cálido lo que favorece el desarrollo de una vegetación alta, densa y productiva con un claro dominio de las caducifolias formando lo que se conoce como fraguas, o selvas en el Pirineo, que son masas especialmente densas y pluriespecíficas dominadas por los caducifolias mesófilas. Las especies subesclerófilas y esclerófilas se ven apartadas a los ambientes más cálidos y los substratos más pobres. La taiga permanece en los niveles altitudinales superiores del límite arbolado.
  • Periodo subboreal (2500 ac hasta 500 ac)
    Esta caracterizada este intervalo por un clima seco, duro y contrastado. Se produce un nuevo ascenso del límite de la vegetación tipo taiga en las áreas de montaña, por encima de su nivel actual. Las especies subesclerófilas ganan terreno a las caducifolias lo que no evita una gran dispersión de los hayedos en las zonas más lluviosas. Esta especie se incorpora desde el este europeo con fuerza en este periodo, no existiendo con anterioridad en nuestros territorios. Se expanden también con fuerza en las menores altitudes los montes de esclerófilos con especies como el pino carrasco, la sabinas, el enebro y la encina. El hombre empieza a intervenir con la práctica de la agricultura y la ganadería en la evolución de los paisajes forestales.
  • Periodo subatlántico (500 ac hasta nuestros días)
    Es un periodo relativamente amplio sujeto a posibles subdivisiones por pequeños contrastes climáticos pero que en general supuso una cierta recuperación de la humedad lo que favoreció cierta recuperación de las especies caducifolias frente a las más mediterráneas por el mayor frescor y la relativa bajada de temperaturas. Durante este periodo se intercala entre aproximadamente los años 1.550 y el 1.700 la pequeña edad de hielo. Los múltiples cambios producen ascensiones y retrocesos de las distintas formaciones en altitud y ciertos cambios en la dominancia de especies a lo que hay que unir una ya intensa acción del hombre sobre estos ecosistemas.

A continuación vamos a tratar con detenimiento la parte final del anterior periodo analizando las vicisitudes humanas que van en este caso a ser incluso más determinantes que el clima para explicar el estado y distribución de los bosques en nuestra provincia. Durante la época romana y posteriormente visigótica se tuvo bastante respeto sobre las masas arboladas con las que se coexistía y se practicaba la recolección de frutos, se ejercía la caza y se llevaba una gestión comunal. Pero tras la invasión musulmana y durante la Edad Media los bosques sufrieron graves daños debido por un lado a la intensificación de los aprovechamientos por el fuerte incremento de los ganados y la población junto a las vicisitudes de una península convulsa sometida a una reconquista y múltiples guerras fraticidas durante ocho siglos. La intensificación de la ganadería obedeció en gran medida a normas de seguridad en un territorio sometido a importantes cambios de fronteras y que no facilitaba el asentamiento agrícola, más generalizado en el territorio musulmán. La superpoblación pirenaica, que obedeció a ser espacios más fácilmente defendibles, supuso una fuerte presión sobre sus bosques. La propia situación de guerra supuso episodios de práctica de tierra quemada sobre grandes áreas que supuso el mantenimiento de amplias áreas desarboladas al norte de la delimitación fronteriza con los reinos musulmanes.

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A partir del siglo XII se incremento de forma importante la presión sobre los bosques al emerger dos importantes reinos en la península, Castilla y Aragón y necesitar éstos sus propias flotas para la guerra y el comercio. También se llevo a cabo un adehesamiento de los entornos de los núcleos y de los principales viales de comunicación para favorecer la alimentación de los animales de transporte al aumentar las transacciones entre territorios al expandirse los reinos.

Un hito crucial en la historia de los bosques oscenses fue el año 1273 por la creación del “Honrado Consejo de la Mesta” que nacía para favorecer el aprovechamiento ganadero y que los sucesivos reinados fueron incrementando su poder al constituir varios siglos el mercado de la lana uno de los principales productos de exportación de los reinos peninsulares. Con su creación se dieron generosos privilegios reales a los rebaños en general y a los trashumantes en particular. Este apoyo decidido a la ganadería traería consigo importantes daños a nuestros montes arbolados durante la vigencia de la Mesta.

Durante la edad moderna, que se inicia con los Reyes Católicos, los crecientes privilegios que fue incorporando la Mesta, las periódicas hambrunas de los ambientes mediterráneos que provocaron nuevas roturaciones para cultivos, las persistentes guerras con otros países (la armada invencible necesito hasta un millón de toneladas de madera) y las internas, la construcción de grandes flotas para asegurar el transporte de materiales precisos con América, el aprovechamiento de las maderas y leñas para una incipiente industria, etc hicieron que prosiguiera una tendencia regresiva de nuestros grandes bosques peninsulares.

Al proceso anterior hay que unir un segundo importante hito en las vicisitudes de nuestros bosques que constituyó un desastre con mayúsculas y que fueron las desamortizaciones de Mendizábal (1841) y Madoz (1855). Las desamortizaciones supusieron la enajenación y posterior venta al mejor postor de las tierras en propiedad de las denominadas “manos muertas”, que correspondían con montes y tierras propiedad de: el clero, los señorios, los ayuntamientos, el estado, órdenes militares, etc. La mayoría de los compradores correspondieron con la alta burguesía que para resarcirse de los costes de estas compras llevaron acto seguido a realizar importantes e intensos aprovechamientos sobre estos predios con el establecimiento de altas cargas ganaderas, la roturación para el cultivo de montes o la realización de intensas talas. Esta desamortización afectó a más de 5 millones de hectáreas.

La ágil respuesta del reciente creado cuerpo de Ingenieros de Montes (1852) con la redacción en tiempo record del catálogo de montes de Utilidad Pública (1868), que recogía los montes con un mayor valor protector por situarse en cabeceras o poblar montes de interés estratégico, consiguió salvar de esta sinrazón importantes superficies de bosques de montaña consiguiendo también con ello preservar a las poblaciones rurales que tradicionalmente los gestionaban.

Finalmente hay que destacar en el apartado positivo la redacción y puesta en marcha, con gran éxito, en el año 1938 del “Plan General de Repoblación Forestal de España” cuyo objetivo era repoblar hasta 6 millones de hectáreas en 100 años. Entre 1940 y los años 80 se consiguió repoblar hasta 3,5 millones de hectáreas y posteriormente, ya con las autonomías se ha incrementado en un millón más las hectáreas repobladas.